Aprender a escuchar
Me invitaron a participar de un panel en el que la pregunta gira en torno a cómo conversar con los adolescentes y acá comparto algunas ideas.
No te pido que comprendas, te pido que me escuches en silencio cuando hablo, algunas noches, un idioma que yo misma desconozco y que me aterra. Claudia Masin
Me invitaron a participar de un panel en el que la pregunta gira en torno a cómo conversar con los adolescentes.
Mis hijas tienen cuatro (casi cinco) y uno (casi uno y medio). No son adolescentes así que no sé cómo será lidiar con esa etapa como madre, todavía me falta. Sí doy clases hace muchos años a adolescentes entre 14 y 18 años. Hablo con ellos, lidio con su destrato y fascinación, les pregunto sobre la relación que ellos mismos tienen con sus padres y trato de ser lo más creativa posible para cautivarlos un lunes a las 8 de la mañana o un viernes a las 4 de la tarde (cualquiera de esas dos opciones suelen ser las peores en la grilla horaria semanal y, por supuesto, Filosofía tiene esos horarios).
Mientras pensaba en el tema de la charla, se me ocurrieron algunas cosas en relación a la escucha, la conversación y la palabra.
¡Empecemos!
Parece obvio pero para poder charlar con nuestros hijos e hijas tenemos que conversar. Sí. No siempre sucede. Nos atrapan las tareas del hogar, las pantallas y a veces cualquier urgencia le gana a cruzar palabra con otros. Haciendo mea culpa, muchas veces me doy cuenta que me la pasé contestándole a personas determinadas demandas -laborales la mayoría de las veces- y cuando llega el tiempo de charlar con mis hijas es como si me desinflara del cansancio y no me quedara resto.
¡Pero justamente es ese resto que más tengo que cuidar!
Así que sí, para poder conversar lo primero que necesitamos generar es un espacio de encuentro. Aunque sea un rato.
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Mi espacio preferido para hablar con mi hija mayor: el auto, me encanta cuando Sofía vuelve del jardín porque ella está sentada atrás y yo manejo adelante. No nos vemos pero puedo sentirla y en los semáforos me doy vuelta para sonreírle. Es el momento en que me entero cosas de su dia casi sin que ella se de cuenta.
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Algo que siempre recomiendo: hablarles de nuestras vidas. Nosotros también tenemos que tener historias para contarles. Qué hicimos, a quién saludamos, con quién nos encontramos, cómo nos sentimos. Por supuesto, no se trata de compartir todas nuestras penas o preocupaciones como si fuéramos amigos; no lo somos. Pero sí hacerlos parte de nuestra vida y, especialmente, ¡mostrarles que las historias grandiosas también están en la cotidianeidad!
Estamos acostumbrados a pensar que necesitamos tener una “vida de película” para ser merecedores de alguna historia. Sin embargo, me gusta pensar lo contrario.
¿Por qué no contarle a nuestros hijos cuánto valoramos lo que nos pasa todos los días? Así sea algo chiquito, como ir a la panadería y no saber qué factura elegir.
Enseñémosles a contar historias, y para eso aprendamos a contar historias sobre nuestras propias vidas nosotros también.
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En Dimensiones existencial y cultural del ser docente Gustavo Schuman recupera una frase de María Zambrano: “No tener maestro es no tener a quién preguntar y más hondamente todavía, no tener ante quién preguntarse”.
La usa para la docencia pero creo que va también para cualquier adulto o adulta. Y podemos pensarla en dos sentidos:
“No tener maestro es no tener a quién preguntar…” Entonces tener maestro, ser mapadre o adulto referente es tener a quién preguntar.
“No tener maestro es /…/ no tener ante quién preguntarse”. Y acá viene lo que más me interesa, porque la pregunta no se dirige a otra persona (al adulto) sino a uno mismo (preguntar-se).
Me parece un hallazgo esta frase porque muchas de las preguntas que nos hacen nuestros hijos-as son incontestables. Y quizás lo más valioso es que nosotros como mapadres estemos ahí, disponibles para escucharlos. Incluso porque a veces nuestros hijos e hijas no nos están haciendo las preguntas a nosotros sino ante nosotros.
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Otra técnica milenaria pero efectiva para hablar con adolescentes o hijos más grandes es mordernos la lengua. Sí. Lo que pasa con las conversaciones en general es que, muchas veces, solo queremos resolver y dar nuestra opinión.
El tema es que no siempre lo que tengamos para decir nosotros es lo más importante. La mayoría de las veces nuestra mejor compañía puede ser otra pregunta: “¿cómo te puedo ayudar?”
No todo diálogo es para resolver. No toda conversación necesita de nuestra mirada aprobatoria o juzgona.
Pienso en lo importante que es correrse de ese lugar de adulto que tiene todas las respuestas, que sabe todo. Para conversar hay que conectar, para conectar hay que escuchar, para escuchar hay que frenar y dejar todo lo que está a su alrededor.
A la hora de charlar, entonces, intentar hacerlo desde un lugar de no-saber. Como adultos tenemos creencias, algunas pistas, experiencias… pero no es más que eso.
Es un gran aprendizaje, al menos para mí, mostrarle a nuestros hijos lo humanos que somos. Que no sabemos todo pero que tenemos ganas de aprender. Reconocer nuestra propia ignorancia, diría Sócrates, para relacionarnos con la sabiduría desde el deseo, desde las ganas de aprender y conocer.
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Hay una imagen de Liniers que me encanta, que dice algo así como “todo alguna vez fue nuevo”. Me parece que, de la mano con lo anterior, lo más interesante es nosotros mismos como grandes poder volver a mirar cuando escuchamos una pregunta de un hijo o de una hija.
Muchas veces, las conversaciones suelen darse así: escuchamos atentamente lo que dicen los chicos y chicas, y después decimos “ya te escuché yo a vos, ahora vos escuchame a mí”. O: “yo ya escuché tu pregunta, ahora escuchá mi respuesta” y largamos la serenata de respuesta.
Pero acá me interesa traer otro tipo de escucha, que es la que nos puede abrir a la posibilidad de modificar nuestro pensamiento y especialmente, de escuchar las nuevas preguntas que pueden surgir cuando realmente nos preguntamos algo.
Acompañar también significa estar presente. Apertura para escuchar lo que los chicos y las chicas realmente dicen.
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Vuelvo un poco al principio y pienso: ¿cómo recuperar ese asombro, esa curiosidad, cómo hacer que esa pregunta que nos llega sea también algo propia?
Quizás tratando a esas preguntas que nos hacen con el mismo amor que cuando las hacíamos de chicos, porque si bien es cierto que somos niños una vez, todavía tenemos la posibilidad de experimentar esa infancia desde esta otra manera.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Espero que disfrutando de los días primaverales (aunque esté un poco nublado, digamos todo).
¿Cómo se llevan con la escucha y el diálogo con sus hijos-as? Cuéntenme que me interesa saber.
Esto que les comparto hoy viene a colación de una charla de la que voy a participar en un par de horas. Me invitaron a participar en un panel de Clubes Ted-ed para un montón de docentes y estudiantes del secundario. ¡Tremendo desafío! Tengo el honor además de estar junto a otros colegas que admiro así que lo siento un gran reconocimiento. Ya les contaré cómo me fue.
¿Qué más puedo compartir con ustedes?
Esta nota que salió para El Cronista: lo placentero y oscuro del amor.
Esta nota que salió para el suplemento Sábado de La Nación. Pusieron un título ganchero (a favor) pero les cuento que estoy a favor de las aplicaciones, especialmente porque no las uso y estoy casada hace ochenta años así que sería poco justo de mi parte ponerme a hablar de eso, jaja.
Esta nota que salió para Clarín. El amor y todas sus ambigüedades.
Ya me despido, pero antes:
¡Pueden contestarme a este mail contándome lo que quieran que siempre las leo y respondo! Si tardo es porque son muchos mails y lo voy haciendo en los huequitos que encuentro.
Este correo es posible gracias a las personas que forman parte del Club Harta(s), mi suscripción mensual. Por menos de lo que vale un café con leche, reciben un correo extra mensual, tienen un descuento extra y prioridad en todos mis talleres o propuestas, y además la posibilidad de encontrarnos a charlar 1:1. Acá pueden sumarse.
Si quieren proponerme nuevos temas para que escriba pero a través de un formulario porque se sienten más cómodas, está esa opción también.
Ahora sí, ¡hasta el próximo martes!
¡Les mando un súper abrazo!
F.
Mis libros:
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