Mudanzas
¿Cómo funciona mudarse? ¿Cómo alojamos todo lo que sentimos? ¿Cómo le decimos adiós a una casa?
“desde una cama cucheta establece puntos de vista recién mudado conquista el mundo sin hacer nada”.
Lucas Soares
Año 2014. Hace apenas tres o cuatro años que, por primera vez, vivo en una casa hermosa y grande. Cada uno de mis hermanos tenemos una habitación, un baño, y el living es tan ancho que podemos no cruzarnos.
Sin embargo, siento que no entro más. Tengo veintitrés, estoy por cumplir los veinticuatro y quiero huir. No quiero ser más hija. No quiero ser más hermana. No quiero vivir más con mis papás.
Quiero vivir sola. Bah, no. Quiero vivir con Lucas.
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Nos mudamos a un departamento que es ocho veces más chico que la casa en la que vivía. No me importa, soy feliz. Solo hay un detalle, decido mudarme en el peor día en el que una persona puede elegir mudarse: el día que juega la final Argentina contra Alemania -y pierde, sí-.
Lucas me lo advirtió: no te mudes. Como castigo divino, ese día el calefón explotó a las dos horas de haberme mudado. Al día de hoy no me lo perdona.
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En ese departamento pasamos toda nuestra década de los veinte. Viajamos. Invitamos amigos. Salimos, mucho. Comemos rico. Compramos un
lava-secarropa porque el departamento no tiene balcón. Empezamos a incomodarnos. Hablamos de tener un hijo. ¿Dónde lo pondríamos? “En algún lado”, me responde Lucas. Sí, en algún lado, pienso, en otro lado.
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Nos mudamos a la casa más grande que imaginé alguna vez. Alquilamos un departamento de tres ambientes. Cuando lo elegimos no se siente como un acto heroico, simplemente podemos hacerlo y representa un 30 por ciento de nuestro salario.
Tengo veintinueve, alquilamos un departamento que tiene jardín y dos baños. Dos baños, aclaro cada vez que me preguntan. No contratamos mudadora porque está a media cuadra de nuestro departamento anterior. Hacemos sesenta y dos viajes. En el último se me rompen la mitad de los platos.
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La pandemia, con nuestra primera hija, la pasamos en el jardín. Agradezco todos los días habernos mudado y tener unos metros cuadrados para ver el cielo y respirar aire. Horas, horas y horas en el jardín
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Tenemos la fortuna -que a veces es fortuna y, a veces, padecimiento- de trabajar la mayor parte del tiempo desde casa. Siempre digo que funcionamos como “Gran Hermano”, encerrados muchas horas y compartiendo los espacios. Él trabaja en el cuarto de las chicas, y yo en el nuestro. Cuando la bebé necesita dormir, él corre al escritorio que está en el medio del pasillo. Cuando tiene una reunión y necesita hablar en voz alta, pasa a nuestra habitación y yo a la cama. Esta logística nos costó los dos años de pandemia en la que aprendimos, a trabajar y a convivir en un espacio reducido. Casa. Casa-oficina. Pasillo-estudio. Casa-familiar. Vaya desafío: trabajar en el mismo cuarto en el que tenemos sexo, vemos películas y dormimos. Al comienzo, me resistí a transformar cada habitación de la casa en un espacio de trabajo productivo; pero como pasa con la mayoría de las cosas, es cuestión de acostumbrarse. Ahora miro al escritorio de la habitación que tengo como mesa de luz -en el que escribo estas páginas- , me da paz y me fastidio cuando mi pareja me avisa que tiene una reunión importante y soy yo la que debo desplazarme.
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“No sé dónde voy a vivir”, le cuento a un grupo de amigas en una cena, un martes de diciembre de 2023. El país está caldeado, es mi peor fin de año desde que soy adulta, voy a vivir por primera vez como madre y sostén de familia una hiperinflación y nunca llegué a esta época tan desanimada. Se vence nuestro contrato de alquiler, el dueño nos avisa que nos aumenta un 500% para poder renovarnos. Siento una desolación difícil de explicar, que incluso me retrotrajo a mi infancia en los noventa. Mis papás tenían una casa, pero no tenían trabajo.
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El escenario actual en relación a los alquileres cambió de forma radical respecto a años anteriores. La regulación a la hora de pactar un contrato perjudica a propietarios e inquilinos. Los propietarios, argumentan que frente a la inflación es difícil ponerle un valor “justo” a la propiedad y muchos la sacan del mercado. Los inquilinos, perdemos ante cualquier negociación y terminamos aceptando cualquier condición con tal de no perder algo tan básico como el acceso a la vivienda. La mayoría de los inquilinos con los que hablo está en mi misma situación. Es increíble que hasta alquilar se haya vuelto un privilegio.
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“Estoy harta de las historias de amigos que recorren la ciudad con medio millón pegado a la piel con la ropa encima, transpirando como mineros, aterrados de que los roben, para llegar a una habitación oscura donde un escribano cuenta cada billete para firmar el boleto”, escribe la escritora Mariana Enriquez en una nota que apodó “Las ruinas” y en donde indaga la problemática de la vivienda.
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Me despierto y me duermo pensando en la situación del alquiler. “¿Y? ¿Ya saben dónde van a vivir?”, me pregunta cada persona que me cruzo, que conoce mi situación y me siento una estúpida porque no sé qué contestar. Tengo momentos: a veces, tiro algún chiste y “finjo demencia”; pero otras me he puesto a llorar con personas con las que no tengo tanta confianza. “No da que hayas llorado con mi tía”, me dice mi pareja, lo entiendo, pero no puedo hacer nada. La preocupación me acompaña.
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No es solo la vivienda, es también todo lo que rodea y está alrededor de no saber dónde vamos a vivir: ¿mi hija va a seguir yendo a la misma escuela? ¿dónde voy a meter los muebles que tengo? Hace un mes quiero empezar pilates y no me anoto porque sé que en pocos meses voy a estar viviendo en algún otro barrio. Algunos, en el mejor de los casos, tienen que pasar a un ambiente menos o cambiar de zona. Otros, vuelven a vivir con sus padres. Me siento privilegiada al saber que la opción de volver con mis padres está vigente. Puedo advertir la diferencia, sé que no todos tienen una casa en la cual caer y que muchos van a quedar en la calle. Aún así, no puedo dejar de sentir que toda esta situación es culpa mía. Lo siento un fracaso. Otra vez: el mandato de la felicidad tocándome la puerta y haciéndome creer como un fracaso mío algo que es estructural.
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Nos vamos de vacaciones. Me cambia la perspectiva del problema alejarme unos días de la ciudad. Le encontramos la vuelta. Las cosas se ven diferentes. Respiro, me entusiasmo.
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Inicia la operación mudanza. Nos vamos a un lugar más grande, más lindo, aunque más alejado de nuestras cosas -colegio, actividades, etc-. Parte de ese cambio lo fui trabajando los meses anteriores, ahora lo acepté y lo espero con muchas ganas -y un poco de miedo, claro-. Me gustan los cambios, aunque me den miedo. Y aunque incluso estoy muy contenta, ¡qué caos la mudanza! Me di cuenta que me movilizan muchas cosas, especialmente dejar el lugar en el que nacimos como familia.
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Le cuento a Sofi -y a Oli- que nos mudamos. Nos llevamos todo, le aclaro. “¿Las ventanas también?”, me pregunta emocionada. “No, las ventanas no. Todo lo que es nuestro. Todo lo que se puede mover”. “Claro”, me contesta segura, “como el piso”.
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Pensé que “estaba bien”, pero no. Me quiero ir, sí. Es una mudanza “para mejor”. Sin embargo, vamos a dejar la casa en la que nacieron mis hijas. El lugar donde nací como madre y donde las vi crecer como bebés. Vivimos cosas tan lindas ahí dentro, compartimos tantos momentos como familia. Le propongo a Sofi hacer un ejercicio juntas (aunque en el fondo me lo estoy proponiendo a mí misma). “¿Y si hacemos una notita y la escondemos en algún lugar de la casa? Así queda algo nuestro para siempre”. Lo hacemos.
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Me doy cuenta que lo que me moviliza no es la casa. Es el hogar que construimos. Ese que seguiremos construyendo-mudando como familia. Entramos siendo dos, salimos siendo cuatro.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Yo “bien”, le respondí a una amiga. Aunque en realidad tendría que haberle dicho: contenta - eufórica - ansiosa - cagada en las patas - un poco estresada - me estoy quedando pelada, también, calculo que por el estrés - expectante - nostálgica - con un poco de angustia. ¡Pero bien, claro!
Nos mudamos esta semana así que, como no podía ser de otra forma, este correo tiene que ver con el tema. Es la primera vez que escribo sobre las casas, y sin embargo es un problema que me obsesiona desde la adultez. Para quienes alquilamos, la cuestión habitacional es un asunto con el que convivimos. Muy parecido al de la carga mental materna. Y como puse en el texto, aun sabiendo que soy muy privilegiada, sentí muchas veces la angustia ante la incertidumbre de no tener un lugar propio.
Y como las mudanzas es un tema que me interesa, les recomiendo algunas lecturas:
El libro Mudanza de Lucas Soares, un poemario precioso. Lo pueden leer entero en el link que les compartí.
El artículo “Las Ruinas” que escribió para Página 12 la gran Mariana Enriquez.
El poema Creo que nunca me voy a poder comprar una casa de Leandro Gabilondo. Del mismo autor, su libro sobre el problema habitacional.
Cambiando de tema, y aunque ayer ya les anticipé la primicia, ¡lanzamos un taller presencial junto a Comadre Podcast para pasar juntas el Día de la amistad!
El plan es juntarnos el sábado 20/07, relajadas, a desayunar algo rico, y a charlar-filosofar. Lanzamos ayer la preventa, tenemos muchas inscriptas y los cupos son limitados porque la idea es que sea íntimo. Así que podés sumarte con un 10% hasta el 10/7 (o hasta llenar cupos) inscribiéndote acá.
¿Qué más puedo contarles? ¡Ah! ¡Sí! El otro día conté por Instagram que le compré ropa a Sofi y a Oli en una casa divina, que se llama Mini Pou. Nere, su dueña, me escribió de forma muy amorosa para ofrecerme un 10% de descuento para lectores y lectoras de esta comunidad. ¡Y se suma a los descuentos y cuotas sin interés de la página! Para aprovechar y comprar prendas de calidad para el invierno. Con el código “hartas” acceden al cupón de descuento. Acá pueden ver la ropa bella de Mini Pou.
Creo que eso es todo. Cualquier tema o sugerencia que quieran dejarme, pueden escribirlo acá.
¡Les mando un súper abrazo y hasta el próximo correo!
F.
PD: No quería dejar de avisarles que para esta mudanza, por primera vez, sí contratamos embaladora.
PD 2. Si tenés ganas de ampliar la mirada en relación a estos temas, ¡te invito a mi CURSO ONLINE “Guía (existencial) para sobrevivir a la maternidad”!
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Escribí dos libros y acá pueden conseguirlos:
¿Y vos qué pensás? Viaje filosófico por las ideas
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Acá encuentran un fragmento.
Filosofar desde la infancia y perderse en el camino
Un libro libro que co-escribí con Mayra Muñoz y Úrsula Pose para madres, padres, docentes y personas curiosas. ¡Con prólogo de Luis Pescetti!
Lo consiguen acá de forma física y acá para leer en e-book.