Cuando vi la serie Adolescencia me pasaron tres cosas:
Creo que el efecto post-serie hubiera sido otro si se llamaba La historia de Jamie. Pero no, le pusieron Adolescencia, nos cagaron la vida y entonces es claro el mensaje: tu hijo, ese potencial adolescente o adolescente que tenés de hijo y que ahora está tranquilo jugando en su cuarto, puede devenir en un asesino. Esto es algo que rescato de la serie: aunque primero pone el nombre más ganchero y efectista para que podamos identificarnos, después nos invita a pensar sobre dónde estamos parados como adultos. Es un gran ejercicio mirarnos. No para que nos agarre un pánico paralizador, pero sí para tratar de entender qué es lo que nos preocupa de estos tiempos.
La serie no te explica de forma acabada qué pasó para que Jamie se convirtiera en un femicida. La serie es ambigua de ver, es incómoda. No hay tranquilidad moral. Los padres, con todos sus errores, eran padres lo suficientemente amorosos. Estaban presentes. Le daban a Jamie “todo lo que necesitaba”. A Jamie no le faltó un techo, ni comida, ni educación. Tiene una hermana de hecho, y a ella no le pasa lo mismo. ¿Cómo se explica entonces? No se explica con único argumento y por eso la serie grafica tan bien lo multicausal, lo no lineal, lo complejo que es criar.
Mal que le pese a esta época que exige culpables con nombre y apellido, Adolescencia no es solo la historia de Jamie. No criamos a nuestros hijos solos. Es con otros. Por eso, tenemos que prestar atención a todo lo que gira en torno a él: la sociedad en la que vivimos, sus compañeros en la escuela, comentarios violentos que dejan en redes sociales, adultos pensando que comprendemos a los adolescentes por el hecho de darles una habitación, una computadora y llevarlos al colegio.
¿Qué podemos hacer entonces hoy como adultos que criamos?
Recordar que la crianza es a largo plazo.
Vuelvo al concepto “distancia de rescate” que inventó la escritora Samanta Schweblin para explicar la distancia que tenemos los padres de los hijos para salvarlos de cualquier peligro. Al principio, la distancia es muy chiquita. Empiezan a caminar y les damos la mano para que no se caigan. Van a la plaza y nos quedamos cerquita del tobogán. Pero como dice Schweblin, ese hilo invisible que te une a tu hijo empieza a estirarse. Los hijos crecen y, en apariencia, nos necesitan menos. Pero cuestionemos esa apariencia. Que nos digan que no nos necesitan, que se enojen con nosotros, que por momentos no quieran vernos no quiere decir que no necesitan que estemos con ellos. A medida que crecen, tenemos que seguir estando disponibles y acompañarlos sin asfixiarlos, ni cortarles la libertad, pero tampoco dejándolos a la deriva. Estar disponibles para no es únicamente controlar las notas o estar pendientes de su rendimiento. Tampoco quiere decir darles todo lo que nos piden o ser amigos de ellos. Se trata de no dejar de criarlos en una edad en la que parece que no necesitan que estemos. También cuando detesten que estemos ahí, aunque nos cueste mucho, aunque nos odien por momentos.Para criar a un hijo hace falta una tribu.
Lo que muestra Adolescencia es que no podemos seguir pensándonos como mónadas aisladas. La vida de nuestros hijos, por ejemplo, no es una en la escuela y otra en la casa. Ocurre todo el tiempo en múltiples escenarios (los virtuales también, más presentes que nunca). Y así como el rol de los padres es fundamental en los primeros años, a medida que van creciendo también toma protagonismo el de otros adultos referentes como maestros y profesores en la escuela, otros familiares, otros padres y madres de sus amigos. Es clave la confianza en la institución escolar que elegimos para hacer equipo, por ejemplo, y en los vínculos que nuestros hijos e hijas eligen y van forjando. Creo que es muy importante trabajar en qué tribu estamos armando para nuestros hijos e incluso para nosotros mismos también. Poder compartir ahí nuestras preocupaciones. Poder decirle a otra madre amiga: “che, estoy preocupada por mi hijo, ¿cómo lo ves?”. O “mi hijo me pide que le compre un celular y yo no quiero, ¿qué piensan ustedes?”. Tenemos que poder tener estas conversaciones al interior de la comunidad que habitamos para construir posibles consensos.Hablar con ellos, incluirlos en la conversación. Muchas veces les pregunto a mis estudiantes adolescentes qué necesitan de los adultos. La mayoría de ellos me responden que estemos al lado de ellos sin tenerles miedo o bajarles línea antes de saber qué piensan. Algo que suele pasar, por ejemplo, es que asociamos escuchar con salir a opinar o a decir lo que nosotros pensamos sobre eso que escuchamos. Y la realidad es que no siempre importa lo que nosotros tenemos para decir. Escuchar no es necesariamente salir a opinar, salir a juzgar, salir a solucionar. A veces no queda otra que mordernos la lengua antes de opinar de forma juzgona algo que nos cuentan. Pienso en lo importante que es correrse de ese lugar de adulto que tiene todas las respuestas, que sabe todo. Para conversar hay que conectar, para conectar hay que escuchar, para escuchar hay que frenar y dejar todo lo que está a su alrededor. Entender cuáles son sus consumos, aprender cuáles son sus intereses. Contarles los nuestros. Aprovechar esos “tiempos muertos” como viajes en auto todos los días. Una vez un alumno me contó que su momento preferido para hablar con su mamá era cuando iban en el auto porque ella no podía mirarlo mal y entonces él se sentía más libre para contarles sus cosas. A la hora de charlar, entonces, intentar hacerlo desde un lugar de no-saber. Como adultos tenemos creencias, algunas pistas, experiencias… pero no es más que eso.
Mirarnos a nosotros mismos. Observar es un ejercicio que además tendríamos que empezar por hacer nosotros mismos como adultos cuidadores. ¿Cómo observar a las infancias y a las adolescencias si ni siquiera reparamos en vernos a nosotros mismos? ¿Cómo es nuestro vínculo con las pantallas, con el mundo hiperacelerado y exigente? ¿Cortamos, en algún momento, de trabajar y de estar hiperconectados? ¿Les contamos nuestros días? Qué nos pasó, qué aprendimos, qué cosas nos llamaron la atención. Recuperemos nuestro lugar de adultos porque somos nosotros los agentes de cambio también. Tenemos que poder tomar decisiones, con los costos que implica eso, socializarla con otros y no tener miedo al conflicto. A poder hablar. A decir lo que nos pasa. Habilitar nuestras propias contradicciones y preguntas.
Trayendo un poco de optimismo, ya que estamos, la adolescencia no tiene por qué ser así. Los adolescentes no son una categoría separada del mundo humano. No todos los pibes son Jamie. Hay de todo: apasionados, rebeldes, enojados, llenos de dudas; algunos más nihilistas que otros pero especialmente con ganas de debatir y reflexionar. Prestemos atención al uso que hacen-hacemos de las redes sociales, y también seamos esos adultos que están ahí, disponibles, para acompañarlos, atentos a sus necesidades.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Esta vez no estoy tomando un café. Bueno, en realidad sí, solo que no lo tomé todavía. En Tea Connection tienen una excelente estrategia de fidelización de clientes y te dan refill de café antes de las once de la mañana. Yo lo pido siempre porque amo todo lo que sea gratis (sí, no me importa que me inflen el valor de ese café si después me dan otro de yapa). Entonces me tomo un cortado o flat white tipo 8, cuando llego, y otro a las 11, antes de irme. Esto no les importa, lo sé, pero se los cuento.
Creo que la euforia por Adolescencia mermó un poco pero confieso que me llegó a aturdir. Es buena, sí. Me gustó mucho. Lo que más rescato es que como adultos nos pensemos a nosotros mismos y a nuestras prácticas. No así este pánico generalizado que sigue viendo a la adolescencia como algo raro y se olvida de incluirlos en la conversación.
Hace un tiempo escribí sobre los adolescentes y conversé con ellos y una de las preguntas giró en torno a cómo tener conversaciones con ellos. Estas fueron dos respuestas que me gustaron y las vuelvo a compartir:
“M: El problema en la conversación radica en la escucha. Antes de decir “no puedo hablar con los jóvenes”, que puedan preguntarse de qué manera los escucho. Los escucho mientras estoy haciendo una tarea, como un sonido ambiente. O me siento con el cuerpo y con la mente puesta en lo que me están diciendo para abrir posibilidades. Creo que ese es el consejo: hacer foco en la escucha a la hora de conversar.”
CA: Mi consejo sería para madres, padres, profesores, que no usen las inseguridades de los adolescentes en contra de ellos en un desacuerdo porque usar lo que tanto nos cuesta decir en contra nuestro para sentirse más maduro va a provocar que bloqueemos este tipo de inseguridades y de esta manera hablemos menos. Y por esto no quiero decir que siempre tengamos razón, pero cuando la tengamos puedan reconocerla y cuando no puedan corregirla desde un argumento más profundo que “los años que tenemos”.
Notas que me gustaron sobre Adolescencia: este correo de Alexandra Kohan, esta nota de Hinde Pomeraniec, y este texto de Ibone Olza sobre lo que no le gustó.
Cuéntenme qué piensan ustedes respecto de todos estos temas que abrió la serie Adolescencia. Me interesa conocer su opinión.
¿Qué más puedo contarles?
Este texto forma parte de lo que voy a compartir hoy en la charla sobre “Adolescencia: Desafíos familiares ante el bullying, las redes y la construcción de identidad” en la escuela Arlene Fern. Vamos a estar junto a Lucía Fainboim y María Casariego de Gainza. El encuentro es hoy a las 19 h en Arribeños 1308, la entrada es libre y gratuita. Pueden anotarse acá.
El sábado pasado fue la tercera función de mi unipersonal: Todas las exigencias del mundo. Cada vez se está poniendo más divertido hacerlo. Acá pueden ver cómo anduvo y les cuento que sumamos dos nuevas fechas: el 24/05 y el 21/06 a las 20 h en Sala Casals del Paseo La Plaza.
La entrada viene de regalo con dos consumiciones (sí, un montón), el show dura una hora (hora y cuarto) y lo doy todo, y después hay un tercer tiempo optativo donde podemos vernos, abrazarnos y charlar un ratito.Me hicieron dos entrevistas que me encantaron y en las que pude hablar mucho y con profundidad sobre lo que vengo haciendo. Fueron realmente muy lindas así que las comparto con orgullo. Una es una nota y para elDiarioES, un lujo absoluto. Y otra es una conversación que tuve para el programa Hijosdepunta, con Raúl Cohé, para que escuchen o vean.
Creo que eso es todo. Si hay algo en particular sobre lo que quieran que escriban, solo tienen que responder este mail o dejar su preocupación acá. ¿Qué más? Harta(s) existe gracias al Club Harta(s). Una suscripción mensual con un monto ridículamente barato ($1500 o $2500). Si forman parte del Club tienen un mail extra mensual, el archivo a todos mis correos anteriores, descuento extra en talleres y otras yapas como poder conversar 1:1. Asociarte es una excelente forma de bancar a tu creadora de contenido-escritora-filósofa-amiga o como quieras llamarme.
Ahora sí, esto es todo por hoy.
Para lo que necesiten, acá estoy.
¡Les mando un súper abrazo!
Flor Sichel
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No vi la serie, no me animé todavía. Pero me encantaron tus reflexiones. Soy mamá de hija de casi 16, hace unos 3 años tuve que reaprender casi todo lo que sabía o creía saber sobre maternidad. Lucas Raspal me dijo que cuando llegas a la adolescencia es como el mismo deporte pero te cambian de posición. Me encanta el concepto de distancia de rescate. Yo pienso que somos como los plomos que están al costado de los escenarios. Estás atento todo el tiempo a la banda. A veces no salís nunca al escenario, pero el músico sabe que estás ahí tras bambalinas y que si un instrumento deja de sonar vas a salir corriendo, con tu remera negra para pasar desapercibido!