Día de la Filosofía: trabajar fuera y dentro de la academia.
Umberto Eco escribe: “No es que no hayan existido mujeres que filosofaron. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas”.
Facultad de Filosofía y Letras, aula 250, y una charla llamada “¿Cómo ingresar a la investigación?” a cargo de filósofos académicos reconocidos. Yo tenía veintidós años y ya me faltaba más de la mitad de los requisitos necesarios e indispensables para iniciar una carrera académica. “Te recibís lo más temprano que puedas, así entrás a carrera y para los treinta podés doctorarte”. Me pareció un delirio porque siempre trabajé desde muy chica y los tiempos de la carrera fueron los tiempos posibles, los que pude hacer a mí manera. Algo de esa propuesta laboral tampoco me interesaba. No me veía investigando durante muchos años un tema de forma muy exhaustiva, era cuestión de seguir buscando.
Descartado ese camino, me acerqué a otro profesor a preguntarle qué otra cosa podía hacer. “Las salidas son dos: éxito en Conicet o enseñanza media que es bastante mediocre”.
La “mediocridad” fue el camino que mejor me resultó y con el que más placer sentí a la hora de terminar la carrera. Me centré en la docencia y en la filosofía por fuera de la universidad. Pero no cualquier docencia, me interesó hacer filosofía con los más chicos. No me olvido cuando, en un Congreso de Filosofía en Mendoza, uno de los disertantes me preguntó si iba en calidad de niñera porque iba a trabajar con chicos.
En el año 2013, en un pasillo de una escuela primaria, me encontré con Julián Macías que daba clases de filosofía para chicos y chicas. Le dije que yo también hacía eso y charlando nos dimos cuenta que existían pocos espacios activos en la Facultad de Filosofía y Letras que se dedicaran a la investigación, al estudio y a la práctica de filosofía e infancias. Así surgió El Pensadero, un grupo que empezó siendo algo chiquito y autogestivo, después mutó a una Asociación Civil en la que estuve casi diez años trabajando junto a colegas dando talleres en todo el país. Si bien me corrí en el último tiempo porque aprendí que todo no se puede hacer, me enorgullece todo lo que llevan adelante y cómo se ganaron un lugar activo dentro y fuera de la carrera de Filosofía.
Llegó el 2019, me convertí en madre, y tenía terror de imaginar qué iba a pasar con mi carrera profesional. Sospechaba que iba a ser imposible leer como estaba acostumbrada o dar mil horas de clase por día. Algo de asidero tenía, pero lo que no imaginé fue la pandemia y cómo el mundo se sostuvo esos primeros años en el que la filosofía entró a mi casa y se coló en los pañales, en las primeras comidas y en mi nueva identidad.
Harta(s) surgió como una forma de querer conciliar dos mundos que siempre se me presentaron como separados: la filosofía (lo público, lo racional, lo formal) con los cuidados (ámbito privado, ligado a lo emocional, poniendo mucho más el cuerpo). Empecé a hacer filosofía con lo que tenía cerca: chupetes, cumpleaños de mi hija, noches eternas en las que daba la teta y me sentía colapsada. Seguía leyendo, menos, pero cuando lo hacía las cosas tomaban otro calibre. Me emocionaba poder acostar a mi hija y seguir aprendiendo. Estoy más cansada, sí, pero también con más convicción de por dónde pasa lo que quiero hacer profesionalmente.
Para mí hacer filosofía es algo vital. Tiene que ver con una forma de relacionarme con el mundo. Con una forma de percibir las cosas, un enfoque, un matiz. La carrera de Filosofía me llenó de herramientas críticas. Me encanta lo que hago aunque muchas veces también me siento muy sola. No pertenezco a la academia, no soy la típica profesora universitaria tampoco. Escribo libros de divulgación, comunico en redes sociales, doy capacitaciones con personas que no se dedican a la filosofía. Durante muchos años algo de todo esto me daba vergüenza, lo sentía “menos serio”. Después aprendí que era un mambo mío y que con mi mirada podía enriquecer muchísimo los espacios de trabajo. Así que me da mucho orgullo haberle encontrado esta vuelta a mi carrera.
Pero como dije más arriba, elegí no dedicarme a la academia. No sé qué es estar corriendo con deadlines rigurosos o equipos de doctores varones machistas. Así que decidí tomar este día como una excusa para algo que considero que sigue siendo una deuda: acercar voces de mujeres, madres, académicas, filósofas y darlas a conocer. Como explica Ingeborg Gleichauf “la historia de las mujeres filósofas es también la historia de su lucha para que se reconozcan sus aportes” (2010: 7-8).
Le cedo entonces el newsletter de hoy a Macarena Marey. Por si no la conocen, Macarena nació en Necochea en diciembre de 1978. Es Doctora en Filosofía, especialista en filosofía política y hace teoría crítica no-ideal. Trabaja en CONICET y en la UBA. Dirige el Núcleo de Estudios Críticos y Filosofía del Presente. Es mamá de Eli y de Galileo.
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Florencia Sichel me pidió un texto sobre mi experiencia siendo mujer en la filosofía profesional académica. Le agradezco la invitación porque me obligó a sistematizar mi historia con el machismo académico. Me salió lo que sigue.
En su poema “Translations” (“Traducciones”, 1972), Adrienne Rich aborda la centralidad del sufrimiento por amor en la lógica de fragmentación de la unidad entre las mujeres. A la autora una persona le muestra poemas de una mujer traducidos de su lengua al inglés. En ellos “aparecen ciertas palabras: enemigo, horno, tristeza” que le hacen saber que “es una mujer de mi tiempo // obsesionada / con el Amor, nuestro tema”. Imagina luego a la poeta extranjera sufriendo por un amor no correspondido, llamando compulsivamente desde una cabina telefónica a un hombre que no la atiende. Rich imagina entonces que la poeta extranjera escucha (se imagina) que el hombre le cuenta la historia a otra mujer, quien se convertirá en su enemiga y quien, a su vez, en su debido momento, también terminará sufriendo el mismo tipo de dolor, “ignorante del hecho de que este modo de sufrir / es compartido, innecesario / y político”.
La fragmentación de la unidad de lucha es la estrategia más exitosa del opresor pero, por supuesto, esto no quiere decir que no haya una responsabilidad de articular esa unidad (claro que no igual para todas las personas) dentro del colectivo oprimido. Una cosa es tener estrategias de supervivencia y otra muy distinta es tener conductas que reproducen el dominio del opresor. Claramente, en el universo del poema de Rich la superación de la dialéctica amiga-enemiga debería empezar por dejar la obsesión por el amor, que es lo que tienen en común y lo que las divide al mismo tiempo. Que puede y debe hacerse es lo que Rich señala cuando afirma que ese dolor es innecesario. Sin embargo, el problema radica en que es precisamente eso que tienen en común, la obsesión por el amor, lo que las hace interpretarse mutuamente como enemigas. El carácter de compartido no hace a ese sufrimiento emancipador hasta que se descubre que es compartido porque es impersonal, esto es, político. La frase “lo personal es político”, tan gastada y mal interpretada ad nauseam, significa “lo personal es impersonal” y su sentido práctico apunta a descentrar la narrativa del yo –es decir, todo lo contrario de lo que ocurre casi siempre cuando alguien apela a la frase. Para que las dos enemigas del poema se conviertan en aliadas tienen que llegar a esa conciencia de alguna manera. Es muy difícil que lo hagan si siguen viéndose como competencia, como amenaza, como el peligro de que el objeto de la obsesión amorosa sea robado por otra.
Esta dialéctica amiga-enemiga del poema de Rich, hasta donde sabemos, sólo ilustra los problemas de las mujeres blancas no-pobres y urbanas heterocissexuales respecto del núcleo sexoafectivo de la dominación patriarcal, pero creo que hay algo generalizable en la forma de esta dialéctica. Quiero contarles que ilustra bastante bien algunos de los mecanismos de dominación de la academia filosófica, en la que abunda el discurso de la “perspectiva de género” (que es, como señaló más de una vez mi amigo Blas Radi, la perspectiva de la mujer cis blanca, liberal, burguesa, capacitada) pero en la que no abunda la cantidad y calidad de solidaridad entre personas no cisvarones que se necesitan para que la investigación profesional y la docencia universitaria en filosofía dejen de ser territorios en los que los varones cis y sus aliadas se comportan como patrones de estancia.
Hay que repetirlo mucho porque muchas colegas tienden a olvidarlo: las mujeres en la academia no somos sujetos oprimidos ni subalternizados. Somos personas que hemos tenido acceso al ejercicio de muchos derechos y que ejercemos nosotras mismas más de una opresión o que, al menos, nos beneficiamos de algunos sistemas de dominación de clase, de género, de racialización, de capacitismo, de estatuto migratorio, de cuerdismo –algunas más y mucho más que otras. Sí somos trabajadoras del conocimiento. Uno de nuestros problemas más graves es todo lo que nos cuesta reconocernos como trabajadoras. Esta es otra de esas fragmentaciones por las que el capitalismo siempre nos gana: el haberles concedido a la derecha y al antiintelectualismo (incluyendo el de centro e izquierda) que somos una elite de malcriadas en lugar de asalariadas con condiciones de trabajo bastante precarias y salarios bajos, sobre todo quienes maternamos con un solo salario familiar.
Un gran problema de la fragmentación de la unidad de lucha en la academia es el tema de investigación. A las mujeres “nos dejan” hacer filosofía profesionalmente desde hace bastante poco si contamos la historia desde el siglo V AC donde (pongamos) habría empezado la filosofía. Nos dejan hacer filosofía si la hacemos de determinada manera y si nos concentramos en un conjunto acotado de temas. Esto es, cuando no les presentamos a los varones cis una amenaza seria de ponerles en jaque su endeble autoridad epistémica, basada en exclusiones, violencia epistémica e incluso en el simple maltrato interpersonal. El ingreso más numeroso de mujeres (cis) a la academia viene de la mano de su relegación a círculos muy específicos y debidamente compartimentalizados, de modo que la producción de conocimiento no termine llegando a los ámbitos cuidados celosamente por los tipos cis.
En líneas generales, hay dos caminos para las mujeres en la academia, a) dedicarse a producir cometarios derivativos (no originales, repetitivos) de obras de filósofos y filósofas mainstream, generalmente muertos, sin una visión contestataria de la historia oficial de la filosofía ni un cuestionamiento del canon, y b) los estudios de género. Ser mujer cis en la filosofía académica y no hablar de género ni limitarse a hacer comentarios obedientes sobre Kant, Spinoza o Platón tiene sus costos. No sólo porque es más difícil llegar hacer filosofía en la academia si una no se dedica a la docilidad reproductiva ni a los temas de género; también porque las colegas, las mismas colegas que tendrían que ser aliadas en la lucha contra el dominio de los varones cis, son las primeras en dejarla a una aislada, no simplemente no leída, sino dando sola la lucha feminista en medio del campamento cismasculino (y obviamente blanco).
El precio es doble, entonces. Al no ser tenida en cuenta por otras personas de la academia que no son varones cis, sobre todo al no ser tenida en cuenta por las mujeres cis, enamoradas de objetos de estudio decididos por otros para ellas, una se queda sola (o, en el mejor de los casos, con pocas aliadas) para dar la batalla por el espacio filosófico en general. Lo más importante es nunca salirse de las expectativas que hay sobre las mujeres en la filosofía, tanto académica como de divulgación. Hay que hablar de amor, de sexo, de sentimientos, de maternidad, de cuán malos son los tipos cis (pero no de cuán malo es el racismo o el capitalismo), so pena de no ser escuchada ni por las mujeres ni por los varones. Para los otros temas, los tipos siguen teniendo la palabra, los micrófonos y los escenarios. Las cosas están tardando demasiado en cambiar si siguen así.
Yo no estoy obsesionada con el amor como las mujeres del poema de Rich. A mí me obsesionan las injusticias estructurales, la acumulación por desposesión, el carácter esencialmente punitivo de la estatalidad, la idea de propiedad privada en el siglo XVIII inglés, la revolución, la morada oculta del capital, la soberanía popular, la desdemocratización, los procesos de subhumanización por racialización puestos en marcha en 1492 –me obsesionan los conceptos y especialmente los conceptos políticos no ideales y críticos. No me obsesiona filosofar sobre género, afectos, amor romántico, sexo, deseo, maternidad, cupos para mujeres (cis), parentescos ni educación sentimental.
Que no me interesen a mí estos temas no quiere decir que yo piense que sean menos valiosos filosóficamente. Nadie puede dedicarse rigurosamente a todos los temas sobre los que puede filosofarse y no creo que esté bien ser “todóloga”, además. Quiere decir que no puedo, no quiero, no deseo negar mis intereses intelectuales tan sólo por habitar la academia de manera menos pesada. Y quiere decir que creo que necesitamos muchas subjetividades diferentes que tematicen y problematicen los grandes temas de la filosofía política.
Cuando me dedicaba a la historia de la filosofía mi falta de docilidad, mi negación a convertirme en una repetidora de algún “maestro” (o “maestra”) y mi voluntad de elaborar lecturas radicalmente propias de los filósofos políticos de los siglos XVII y XVIII también me significaron el mismo costo –invisibilidad y soledad. Recién encontré una sensación de pertenencia y de articulación de lucha cuando me conecté con la academia internacional. Conseguí hacer lazos sólidos y emancipadores con colegas de otros países que habían vivido las mismas exclusiones que yo porque habían tenido la misma práctica filosófica que yo, no simplemente porque eran mujeres. Hoy tengo mi red aliada también en la Argentina, pero es algo que nos costó mucho hacer a todas quienes la formamos, no nos vino dada de antemano.
Dedicarse a campos disciplinares típicamente superpoblados por los varones cis tiene la desventaja obvia de que estoy siempre rodeada de tipos a quienes les cuesta reconocer no sólo mi autoridad epistémica sino incluso mi autoridad tout court. Muchos tipos en la academia aman las jerarquías hasta que la jefa es una mujer. En la cátedra en la que soy Adjunta regular, Filosofía Política (FFyL, UBA) he tenido todos los problemas que el machismo y el patriarcado epistémico pueden causar. Una noble excepción (hay otras también) en la cátedra fue, en mi caso, Jorge Dotti, de quien nunca percibí un trato desigual debido a mi género ni al modo en el que yo hago filosofía. Pero en el resto de mi historia en la filosofía política, tanto en mi cátedra como durante mi formación doctoral fuera de ella, el maltrato machista fue casi el único tipo de trato que recibí.
Durante mi formación doctoral tuve un director de tesis que me maltrató mucho. Él y mis cotesistas e incluso mi codirectora componían una dinámica de conductas que reforzaban constantemente la estructura patriarcal de la academia. Esto pasó mucho antes de la marea verde y en esa época no había en la facultad mujeres con la formación específica para dirigirme sobre los temas que me interesaban a mí. Yo tampoco tenía herramientas para salir de ahí, que es lo que debería haber hecho, y ninguna persona me tendió una mano salvadora. Viví esa época formativa sin red, sin “sororidad”, sin solidaridad. Hoy a la distancia puedo leer los guiños de ayuda que me había hecho a quien hoy considero mi maestra, la enorme filósofa María Julia Bertomeu, y también puedo ver mejor cómo la complicidad de las mujeres con el patriarcado es tan insidiosa y dañina. Lo reitero: hay estrategias de lucha contra el patriarcado que consisten en negociar con él, por un lado, y hay complicidad abierta, por el otro. Lo primero está bien, lo segundo está mal. Lo segundo es lo que viví por parte de mi codirectora, quien siempre que podía desmerecía mi trabajo (porque no se ajustaba a lo que se esperaba que hiciera, repetir el dogma del grupo) y ensalzaba acríticamente el de mis compañeros varones. Hoy lo llamaríamos, si no queremos llamarlo “complicidad”, “ignorancia voluntaria”. No podemos decir que ella no sabía lo que estaba haciendo. Ella decidió hacerlo. De mis compañeros de ese momento sólo puedo decir que cayeron en absolutamente todos los clichés del machismo: no dejarme hablar, interrumpirme, explicarme temas de los que yo sabía más que ellos, robarme ideas de manera flagrante, disminuirme constantemente.
Tan obvio como patético. No quiero reponer todas las instancias de machismo académico que viví en mi vida porque son las mismas que vivimos casi todas. Sí quiero resaltar que siempre tienen el mismo objetivo: minar nuestra autoridad epistémica, hacernos dudar de nuestro intelecto, impedir que les quitemos el protagonismo filosófico. Generalmente, nos tienen mucho miedo, en el fondo.
Soy una persona bastante decidida a ser quien quiero ser, de modo que mi estrategia de supervivencia en la academia fue la única que me sabía: rendir el doble. Así me convertí en alguien con una trayectoria muy destacada. Pero detrás de esos éxitos hay un motor de venganza y hay bastante sufrimiento innecesario, compartido y político. No hay nada malo con la revancha, es el gran motivo del oprimido, el hacer las cosas “a pesar de”, pero confieso que me gustaría no tener que haber pasado tantas amarguras. Me gustaría no haber tenido que trabajar más que otros y otras, no haber tenido que pasar experiencias amargas como formar tesistas desde cero para que ellas decidieran luego que un varón mayor les daba mejor chance como director para ganar una beca, no haber tenido que hacer el trabajo de otros y de otras, no haberme visto usada y descartada. Me gustaría no haber tenido que pelearme tantas veces, no haber tenido que gritarles tantas veces en sus caras a tantos tipos cis (¿cuántas colegas se olvidan de que parte de ser feminista es hacer precisamente esto?). Me gustaría no haber sido catalogada de loca, de quejosa, de problemática. Pero lo que hice les sirve a otras y eso está muy bien, porque acá no se trata de lo personal, se trata de lo impersonal.
Otro efecto negativo del machismo epistémico en la filosofía política es el modo en el que nuestra producción de conocimiento es usurpada tanto por colegas de la academia como por quienes divulgan filosofía en los medios, streamings y redes sociales. Se ha señalado hasta el hartazgo que los tipos cis suelen ejercer extractivismo epistémico sobre las mujeres. Es un fenómeno que a casi todas nos tocó vivir. Lo que quiero traer a la luz es que la desvalorización de nuestra condición de productoras de conocimiento filosófico político facilita las condiciones en las que nuestras intervenciones filosóficas públicas son usurpadas, por poner un ejemplo muy usual, por quienes hacen “divulgación” con afán de lucro. Digo “usurpadas” no porque yo crea en la propiedad individual privada del conocimiento. Por el contrario: todo conocimiento se elabora de manera transgeneracional, trasnacional y transdisciplinaria. El fenómeno al que hago referencia es aquel por el cual las ideas que algunas mujeres elaboramos tras años de dedicación al estudio riguroso y al intercambio con colegas y que hacemos públicas más allá de la academia para contribuir a debates públicos son repetidas por otras personas i) como si no fueran las ideas de una mujer que puso esfuerzo en pensarlas y escribirlas, como si fueran algo cosechado del estado salvaje por ellas, y ii) con el fin de obtener una ganancia extrafilosófica, extraepistémica y extraética, por ejemplo, conseguir más seguidoras en las redes. Esta no es una cuestión de plagio, es una cuestión de invisibilización y de ausencia de reconocimiento, claro está, pero con un efecto agravante que la vuelve especialmente perniciosa: quitar esa palabra de la esfera pública para la que fue pensada y desviarla, con considerable pérdida de su contenido emancipador, a la esfera del afán de lucro personal y privado, y (¡encima!) sin ningún rédito para la autora de esa palabra. Este nivel de despolitización y mercantilización de la palabra filosófica es una de las cosas que más me perturba como filósofa política, sobre todo cuando quienes lo hacen son mujeres feministas, y sobre todo en estos tiempos antiintelectualistas. Si no saben lo que hacen es otro caso de ignorancia voluntaria.
Mi batalla hoy, que ya soy una mujer bien establecida en la academia que trabaja “temas de varones”, es generar espacios en los que estas dinámicas no se reproduzcan y asociarme con colegas que tengan mis mismas intuiciones sobre cómo está configurado el espacio académico en la filosofía. No quiero dejar a nadie afuera así que sólo voy a mencionar a tres colegas que, creo, hacen una gran diferencia –a ellas tres porque son además mis amigas, pero podría nombrar muchas más: Natalia Strok, que da vuelta el canon histórico y que se anima a adentrarse en temas inexplorados, Gabi Balcarce, filósofe posthumane, y Moira Pérez, filósofa de la historia antipunitivista y anticapitalista. (Nombré a otras personas en este texto, a quienes también recomiendo).
Y por último, me parece fundamental decir que la maternidad a mí me motivó la reflexión filosófica, sobre todo desde el nacimiento de mi segundo hijo, que es autista no verbal. Para una filósofa, maternar a alguien humano que pone en jaque la definición misma de lo humano viene siendo un despertar cotidiano del sueño dogmático. Mis hijos son parte constitutiva de mi pensamiento filosófico en este momento de mi vida, de modo que ser madre (sobre todo de una persona discapacitada) y ser filósofa hoy es prácticamente lo mismo para mí. Nunca lo habría pensado así, pero es que la filosofía no es el diálogo del alma consigo misma, es la polifonía corporal de la relación con el mundo.
*
En el Día Mundial de la Filosofía qué mejor que reconocer que la filosofía es un trabajo. Para poder pensar, para poder comunicar ideas, para poder enseñar, necesitamos ser entendidas en su totalidad y no como entes fragmentados o aislados. Nuestra condición de madres, de mujeres, de personas situadas en un contexto no puede ser invisibilizada y reducida como una tarea doméstica más para el ámbito privado. Hacemos filosofía en los límites, con pañales y gritos de fondo, con libros y zooms silenciados, por las noches y en notas del celular; llenas de contradicciones y preguntas que nos constituyen.
Vale la pena hacer filosofía sobre lo que nos pasa.
Feliz día de las filosofías.
En plural y en minúscula.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? ¿Cómo dicen que les va? Por acá tomando café y también tengo un termo de mate esperándome. No me encanta pero me ayuda a hacer foco y en las semanas cortas siento que es necesario.
Ayer Sofi aprendió a andar en bici y además se le empezó a mover el primer diente. Me da una emoción bárbara esos cambios tan chiquitos en la vida de nuestros hijos. Le dije que estaba muy emocionada y me contestó algo así como que era lindo alegrarse por los otros también.
En esta entrega que es sobre la filosofía tengo ganas de agradecerles por estar acá hace ya cuatro años. Este espacio me transformó, me reconectó con algo que yo me había olvidado que me gustaba tanto que es la escritura. Cuando empecé Harta(s) fue encontrarme con un lugar muy íntimo, personal, y al mismo tiempo colectivo. Porque dejé de hablar solo de mí para intercambiar con otras, con otros, con todos los correos que me llegan semana a semana. Por lejos este newsletter es mi lugar preferido. Es donde puedo extenderme, contarles qué pienso de las cosas, hacerme preguntas y las puedo compartir con una comunidad de lectores amorosa y empática. Gracias, de verdad, ustedes cambiaron mi vida.
Me puse cursi, lo sé, perdón, ahora vuelvo al eje.
La semana pasada estuvimos de invitadas con Marcela Peidro al programa Libros con Ñ en la CNN. La charla fue hermosa, hablamos de El filo del amor, de Abelardo y Eloísa, de Pampita y Morillán. Sí, la filosofía da para todo. Acá pueden escuchar la conversación.
Voy cerrando, pero antes:
¡Pueden contestarme a este mail contándome lo que quieran! Vengo con un delay porque fin de año, pero prometo ponerme al día. Así sea un “abrazo grande y leído”.
Escribir este correo me lleva horas de investigación, de lectura y de escritura. Puedo hacerlo gracias a las personas que forman parte del Club Harta(s), mi suscripción mensual. Por menos de lo que vale un paquete de Sugus rojos, reciben un correo extra mensual con un hallazgo filosófico, tienen descuentos extra y prioridad en todos mis talleres o propuestas, y además la posibilidad de encontrarnos a charlar 1:1. Acá pueden sumarse.
Si quieren proponerme nuevos temas para que escriba pueden hacerlo a través de un formulario, está esa opción también.
¡Hasta la próxima!
¡Les mando un súper abrazo!
Flor Sichel
Llegan las fiestas y podrías incluirme:
EL FILO DEL AMOR
Este libro habla del amor. Pero no solo como algo hermoso y placentero, sino también sobre sus oscuridades, sus complejidades, sus filos. Es mi último libro. Ideal para cualquier persona que quiere meterse en el mundo de la filosofía por primera vez y pensar sobre el amor.
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Hola! Gracias por este newsletter. Recuerdo mi final con Dotti, fue una gran materia y me alegro mucho saber que además era buen tipo. No termine mis estudios de filosofía en la UBA, terminé en la UNED 15 años después, con dos hijxs y viviendo en Barcelona. Ahora empieza mi camino como docente en otro continente. Acá el machismo académico es igual. Se me sumo ser inmigrante, madre, llevarle 20 años a mis compañeros de clase y hablar argentino y no catalán como los intelectuales progres de la UB (donde hice el máster para ser profe). El trabajo de fin máster fue una propuesta de agregar mujeres filósofas actuales y locales a los libros de filosofía de secundaria. A mi tutora argentina de La Plata le gustó el tema, me dijo avalá tu propuesta con la ley de educación pq si en la mesa hay algún machirulo te la van a pelear. Efectivamente, había dos y me la pelearon, y la nota fue baja y mi furia enorme. Pero ahora soy profe y por ahora hago sustituciones. Queda mucho por escribir sobre esto, así vamos haciendo lugar para las que están viniendo. Las abrazo fuerte! Mecha