Una amiga me invita a comer. “¿A dónde vamos?”, le pregunto.
“Esperá que tengo guardado en algún lado una captura sobre las 5 mejores pizzerías de la ciudad”, me dice.
“Dale, pasámela que me fijo la reseña en Google”.
Pensar en ir a comer una pizza me lleva varias conversaciones, la lectura de quince opiniones de desconocidos en Google y más de cinco reels de influencers foodies. Las dos sabemos que vamos a terminar pidiendo una grande de mozzarella y dos porciones de fainá.¿Y hoy qué hacemos?, me pregunta mi hija mayor a la salida del colegio.
Nada, le contesto.
¿Nada? ¡Qué aburrido! ¡Sos la peor mamá!Desde que soy madre, casi no recuerdo esa sensación de aburrimiento. Me la paso haciendo cosas. Cuando llega la noche y deseo verdaderamente aburrirme, me gana el sueño y me quedo dormida.
Además, aunque quiera tampoco lo logro. Siempre tengo en la lista una serie en tendencia para ver, un podcast para escuchar o el scrolleo eterno en redes sociales.
Me digo a mí misma que estoy cansada y que por eso no puedo hacer algunas cosas que me gustarían hacer como salir más al teatro, ver más películas en el cine o juntarme a cenar con amigas. Pero es mentira porque después no me acuesto temprano y me quedo viendo reels en la cama hasta la medianoche. No es que si no salgo duermo más. Quizás tengo que ganarle a esa sensación de cansancio viendo gente, aprendiendo cosas nuevas y apagando por un rato el celular.Creo que inevitablemente, algo de todo eso le transmito a mi hija. Entonces corto de trabajar y pienso a dónde la puedo llevar. Aunque esté cansada, aunque ella misma a veces me diga “prefiero quedarme en casa”. “¿En casa? No, vamos a la plaza”, la convenzo y salimos. Por qué tengo esta creencia estúpidamente de que hacer algo es mejor que hacer nada.
La última vez que me propuse aburrirme fue insoportable. Quise almorzar sin estar con el celular o con la computadora encima. Tampoco escuchando un podcast o siquiera música. Comer y nada más. Comer mirando el techo y en silencio. ¿Adivinen cómo me sentí? Me agarró una ansiedad terrible, a los cinco minutos ya había terminado y solo quise volver a tener el celular en la mano.
En el libro El arte de saber aburrirse, Sandi Mann se pregunta: “¿por qué los padres de hoy en día tienen tanto miedo de dejar que sus hijos se aburran? Cuando nuestro hijo se aburre, en lugar de decirle que busque algo que hacer, lo vemos como un ataque personal a nuestras habilidades de crianza”.
¿Cuál es el límite entre ser organizados y querer controlarlo todo? ¿Por qué le tememos tanto a sentir, por un ratito, el vacío?
En el último libro de Tomás Balmaceda, Volver a pensar, el filósofo escribe que estamos frente a la muerte del aburrimiento. “Nos aburrimos cada vez menos y nos esforzamos cada vez más por evitarlo a toda costa. Pero la muerte del aburrimiento debería preocuparnos porque es el hastío y la sensación de no tener compromisos lo que posibilita que nazcan cosas únicas y que florezca nuestra creatividad”.
Creo que el problema del aburrimiento es que además de tener mala prensa también tiene que ver con que no toleramos la posibilidad de perder. No queremos perder tiempo, no queremos pensar que fuimos a comer una pizza al lugar equivocado o nos frustramos por no estar aprovechando cada segundo de nuestras vidas. Tengo una amiga que, cuando me quiere molestar, me tilda de “aburrida” porque nunca término de estar al día con la música que se escucha o porque no vi la película que está en boca de todos. Creo que a veces prefiero ser esa persona aburrida que se refugia en lo conocido.
Quizás pensamos que lo aburrido está en hacer lo mismo todos los días y por eso vamos en busca de experiencias únicas. Aunque me gusta pensar que en esa repetición radica la posibilidad de la diferencia y de la creación también. Este newsletter existe, de hecho, gracias a que me aburrí en esos días largos y eternos durante mi primer puerperio.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Me gustaría decirles que aburrida pero la verdad es que no. Estoy, para variar, tomando café y trabajando en un bar mientras espero que mi hija menor salga del jardín.
Tengo un tema personal con el aburrimiento desde que soy muy chica. Me cuesta mucho aburrirme, especialmente porque me gusta mucho lo que hago. Entonces siempre encuentro algo “para hacer”. El tema es que me paso de mambo. O mezclo tanto la cuestión trabajo y ocio que no puedo ver una serie sin hacer después un posteo, un newsletter o usarlo de ejemplo para una charla. Creo que estoy mejor con los años, aunque me gustaría alguna vez experimentar hacer cosas sin sentir que tienen que servir para algo. Tengo algunos momentos que me aburren y empiezan a ser creativos precisamente por eso: cuando riego las plantas o preparo la comida. Antes lo hacía escuchando algún podcast y ahora estoy intentando estar en silencio. Basta de ruido, al menos por un rato.
¿Cómo se llevan ustedes con el aburriento, el tiempo libre y la sensación de acelere de estos tiempos? Cuéntenme. Para quienes quieran sumar algunas lecturas sobre el tema del aburrimiento, les comparto algunas recomendaciones:
Cómo funciona aburrirse del newsletter Cómo funcionan las cosas de mi amigo Valentín Muro.
Elogio del aburrimiento del filósofo español Santiago Alba Rico.
Este artículo: “Por qué es necesario el aburrimiento”, también me pareció muy interesante.
Esta canción de Divididos que de aburrida solo tiene el título.
¿Qué más puedo contarles?
Este sábado 12 de abril es el festival Ciencia de la A a la Z en el Parque Rivadavia a las 13 h. Es gratuito y en defensa de la ciencia. Hay 27 mini charlas, una por cada letra del abecedario, con mucha gente grosa de Ciencia y Tecnología. Música, stands, sorteos, espacio para infancias. Planazo.
Quedan muy pocas entradas para la función del 19/04 a las 20 h de mi unipersonal Todas las exigencias del mundo. La del 2/05 ya se agotó.
Queda mal que lo diga yo pero es un planazo de Semana Santa, de verdad. La entrada viene de regalo con dos consumiciones, el show dura una hora y expongo todas mis miserias y vulnerabilidad, y después hay un tercer tiempo optativo de yapa donde podemos vernos, abrazarnos y que me cuenten qué les pareció (o lo que quieran contarme).
Me preguntan muuuucho con quién pueden venir y también si es solo para madres.
Respondo:
a. Pueden venir con quien quieran. Con algún familiar, amiga, compañera de trabajo, pareja. Solas. Hay varones, sí. Son menos, no les voy a mentir tampoco. Pero en la primera función vinieron cinco varones y en la segunda ocho. Vamos subiendo el promedio.
b. Con seguridad les respondo que no es solo para madres. Hablo sobre todas las exigencias de estos tiempos y acá entramos todos en la bolsa (con o sin hijos). No teman y confíen en mí.
Creo que eso es todo.
¿De qué otros temas les gustaría que escriba? Si hay algo en particular sobre lo que quieran leer, solo tienen que responder este mail o dejar su preocupación acá.
¿Qué más? Escribir cada correo hace ya cinco años lleva tiempo, trabajo y dedicación. Harta(s) existe gracias al Club Harta(s). Una suscripción mensual con un monto ridículamente barato ($1500 o $2500). Si forman parte del Club tienen un mail extra mensual, el archivo a todos mis correos anteriores, descuento extra en talleres y otras yapas como poder conversar 1:1. Asociarte es una excelente forma de bancar a tu creadora de contenido-escritora-filósofa-amiga o como quieras llamarme.
Ahora sí, esto es todo por hoy.
Para lo que necesiten, acá estoy.
¡Les mando un súper abrazo!
Flor Sichel
Mis libros:
EL FILO DEL AMOR
Este libro habla del amor. Pero no solo como algo hermoso y placentero, sino también sobre sus oscuridades, sus complejidades, sus filos. Es mi último libro. Ideal para cualquier persona que quiere meterse en el mundo de la filosofía por primera vez y pensar sobre el amor. También para regalárselo a jóvenes y adolescentes.
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¿Y VOS QUÉ PENSÁS? Viaje filosófico por las ideas
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Filosofar desde la infancia y perderse en el camino
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Mis cursos:
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“Creo que estoy mejor con los años, aunque me gustaría alguna vez experimentar hacer cosas sin sentir que tienen que servir para algo.” Me pasa igual y cada vez que siento que estoy perdiendo el tiempo mi esposo me recuerda que a veces está bien, o incluso que es necesario. Tiene razón, pero ¡cuanto me cuesta aceptarlo!