La chica que (nos) cuida
“Vas a trabajar. Me parece bien. ¿Y qué hacemos con los niños?” Una canción dulce de Leila Slimani.
Desde que soy madre me obsesiona el problema de los cuidados y la conciliación. O al revés, me obsesiona lo difícil que es conciliar.
Tuve siempre en claro que no quería resignar mi profesión con la maternidad, y para eso necesito de una red de personas que cuiden a mis hijas mientras no estoy yo o está el padre.
Esa red se traduce en jardines, familiares y en una figura principal: la niñera.
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La chica que me cuida se llama Regina, no sé cuántos años tiene y tampoco me importa porque yo tengo apenas unos cinco o seis años y todos me parecen grandes a partir de cierta edad.
La chica que me cuida es flaca, muy flaca. Parece una escoba. Camina rápido, muy rápido. Nos agarra del brazo fuerte y nos pide que le hagamos caso en la calle “que si no su mamá me mata”. Claro que con mi hermano no le hacemos caso, nos reímos, y solo pasa por nuestras cabezas hacer lío. Jamás se nos ocurre que “el tu mamá nos mata” puede significar quedarse sin trabajo.
Regina, la chica que nos cuida, trabaja en casa todos los días desde que nos levantamos hasta que llega mi mamá del trabajo. Hace cosas, muchas cosas, aunque todas por la mitad: juega lo que puede, hace la comida sin mucho gusto y trata de mantener el orden de la casa.
La chica que me cuida. “Mi chica”, como le dije durante mucho tiempo, vive en Paso del Rey, toma un colectivo, un tren y otro colectivo más para llegar a las 8 en punto a mi casa. No tiene hijos. No está casada. Solo sé que se llama Regina y que tiene un gato. Regina viene, no falta o falta poco, forma parte de nuestra vida.
No es la típica niñera que uno tendría en la cabeza. No sé bien por qué, no lo recuerdo honestamente, pero tengo la sensación de que no termino de quererla. En cambio, mi hermano sí. Federico, tres años menor que yo, se agarra de las piernas de Regina y la persigue de un lado a otro. Ellos se ríen, yo miro la escena desde afuera.
Cuando llega mi mamá del trabajo, yo exploto y le cuento todo lo que pasó mientras no estaba. “Hoy Regina me gritó mamá”, “Hoy Regina no quiso jugar a las Barbies conmigo”. Qué fastidio, dios mío, de solo pensarlo iría a decirle a la Florencia de pocos años que se calme y sea más amorosa.
Por suerte, mi mamá se ríe y la chica que me cuida también.
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“Nadie mejor como vos, mamá, para estar con tu hijo” leo en una publicación y me lleno de culpa. Tiene razón, pienso. Nadie mejor que yo para cuidar a mi hija. Nadie mejor que yo para cuidar a mi bebé de pocos meses. En cambio, tengo que salir a trabajar. En realidad, además de tener, también quiero hacerlo. Pero esa parte la omito en mi propio discurso para tenerme más lástima, para compadecerme.
Qué injusto es salir a trabajar, ganar poco, y tener que gastar esa plata en una niñera. Cuando yo podría estar cuidando a mi hija. Cuando yo, nadie mejor que yo, podría estar maternando.
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Empecé a trabajar. Llegó a nuestra casa Analía. Tiene apenas algunos años más que yo, dos hijos y vive cerca de nuestra casa. Le doy a la bebé con angustia pero la agarra con tanto amor que en ese momento me tranquilizo. Al principio, como con casi todo, es cuestión de azar. Aunque después es una construcción, un vínculo más. Hacerla parte de nuestra familia. Pasan dos semanas, cada vez que llega sonrío y mi hija lo hace también.
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Me doy cuenta que nos cuesta un montón aceptar que necesitamos a una niñera. También aceptar que, de alguna forma, aceptamos esa desigualdad. Porque sí, hay otra mujer -porque casi siempre es mujer, hola feminización de los cuidados- que está cuidando a nuestros hijas. O está dando una mano en la limpieza. Confieso que es tal la culpa que siento de tener una empleada en mi casa que solo lo justifico si yo también estoy ocupada. Me pasa, a veces, que quizás tengo un hueco en el que podría dormir o bañarme. Pero no me animo a hacerlo. Es ridículo pero me pasa. ¿Cómo voy a estar durmiendo mientras hay otra persona cuidando abajo a mis hijos? Me da vergüenza. Me da vergüenza que se de cuenta.
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Con la niñera pasa algo muy loco porque es un vínculo muy íntimo, casi el vínculo más íntimo que puede haber en una relación laboral. ¿Hay algo más íntimo que el hogar? Conoce todo. Conoce cómo vivimos, dónde vivimos, qué nos gusta desayunar. También nuestras miserias, si tuvimos un mal día o si le levantamos la voz a nuestros hijos. De ella, en cambio, conocemos muy poco.
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Analía renuncia cuando Lucas se queda sin trabajo y Olivia está por nacer. Lloro con ella, pero la entiendo. ¿Cómo no voy a entenderla? Tiene también un hijo, y tiene el proyecto de estudiar para maestra jardinera. Me encanta. Le hacemos un regalo de despedida y le escribimos la canción “Un lugarcito” de Hugo Midón. Ella fue nuestro lugarcito todos estos años.
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“Una niñera pasa mucho tiempo en tu misma casa, lo sabe todo sobre vos, hasta los detalles más íntimos de tu vida. Y tiene un gran poder sobre vos porque cuida a tus hijos. Y muy a menudo, los patrones adoptan cierta indiferencia hacia ellas. Le pagan, le dan órdenes, pero no quieren saber quién es, cómo es su vida. Esta discrepancia y lo que genera es precisamente lo que quería mostrar”, escribe Leila Slimani, sobre Una canción dulce, una novela donde la niñera es la protagonista.
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Según un estudio de Ecofeminita del cuarto bimestre del 2023, hay 842.316 personas que se dedican al servicio doméstico en Argentina. El 98.2% son mujeres, mientras que el 1.8% son varones. Las trabajadoras que realizan tareas domésticas y de cuidado en hogares particulares representan casi un 14% dentro del total de ocupadas mujeres. Esto significa que una de cada 7 ocupadas en Argentina trabaja en este sector de la economía.
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7 de cada 10 trabajadoras de casas particulares no están registradas cuenta Lucía Cirmi, autora del libro “Economía para sostener la vida”.
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Como explica Karina Batthyány en Políticas del cuidado, para pensar sobre los regímenes de cuidado hay que saber dónde se cuida, quién cuida y quién paga los costos de ese cuidado.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Acá, desde la ciudad de la furia, hace mucho frío. Así que empecé este correo con un café con leche doble y lo termino con una taza de té verde con cascaritas de naranja -parece más gourmet de lo que es-.
Hace mucho que quiero escribir sobre la figura de la niñera. El puntapié me lo terminó de dar la lectura de un libro tan maravilloso como aterrador: Una canción dulce de Leila Slimani. Myriam, madre de dos niños, decide volver a trabajar como abogada, lo conversa con su marido y acuerdan en contratar a una niñera: Louise. Ella viene a permitir la conciliación, aunque también trae un drama. El libro es ágil, no podés parar de leerlo, pero es demasiado fuerte. No lo recomiendo a embarazadas, puérperas o madres que sientan que les cuesta despegarse de sus hijos. El libro está basado en un caso horroroso que ocurrió en Estados Unidos con una niñera. No se los comparto para no spoilear, pero lo encuentran fácilmente.
En un ratito, a las miembras del Club Harta(s), les voy a estar compartiendo una charla exclusiva que tuve sobre este libro y sobre tema cuidados y maternidad para seguir profundizando.
Cambiando de tema, se acerca el Día del padre, me puse en modo creativa y me anticipé haciendo un gran regalo -sepan disculpar la falta de humildad, jaja-. Se trata de un dibujo que hizo Sofi sobre su hermana, en su propia mano, y que yo le saqué una foto y lo mandé a grabar en un llavero. Me pareció algo tan delicado y significativo que les comparto la idea por si quieren copiarse. Lo mandé a hacer acá y con el código “hartas” tienen un 10% -acumulable con todos los descuentos que hay-.
Creo que eso es todo. Cualquier tema o sugerencia que quieran dejarme, pueden escribirlo acá.
Ahora sí, ¡nos volvemos a encontrar dentro de dos semanas!
¡Les mando un súper abrazo y hasta el próximo correo!
F.
PD. Si tenés ganas de ampliar la mirada en relación a estos temas, ¡te invito a mi CURSO ONLINE “Guía (existencial) para sobrevivir a la maternidad”.
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¡Un libro que escribí para chicos y chicas de 9 a 101 años!
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