La era de la inmediatez: ¿dónde quedó la paciencia?
Pienso que estos tiempos atentan contra la paciencia y que quizás podría probar rindiéndole un tributo. Acá va un intento.
“Respiro una flor.
Soplo una vela”.
Ejercicio de relajación que le enseñó la maestra a mi hija
y ella me lo enseñó a mí.
No es ninguna novedad decir que andamos apurados. Al menos para quienes vivimos en las grandes ciudades. Andamos apurados, nos la pasamos corriendo de un lado a otro y si tenemos hijos o hijas también los acostumbramos a correr a ellos.
Odio ocupar ese lugar pero muchas veces lo hago. “Dale, Sofi, metele”. “Apurate que llegamos tarde”. Soy un reloj constante, la alarma que anticipa todo lo que viene.
Entonces un día cualquiera se parece a algo así: nos despertamos a las apuradas, desayunamos a las apuradas, vamos cada uno a sus actividades, con mi pareja corremos en pensar quién le toca qué cosa cada día para llegar a nuestra casa a las dieciocho horas y entrar al loop de la mapaternidad. Ordenar cuartos - preparar cena - bañar hijas - cenar - dormirlas y ¡todo antes de las 21 horas!
“No soy un robot” me contestó el otro día mi hija mayor frente a uno de mis reclamos. Qué guacha, cómo me cagó y cuánta razón tiene.
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Hay un libro de la escritora e ilustradora Isol, Imposible, que narra la historia de los papás de Toribio, un chico de dos años, a quienes sus conductas impertinentes los hacen desesperar: no quiere comer, no quiere dormir, no se quiere bañar, no quiere hacer caso (como cualquier chico de dos años, ¿no?). Ante el agotamiento, recurren a una hechicera que les ofrece encontrar una solución mágica a sus “problemas” y (¡aviso de spoiler!) convierten a su hijo en un gato.
¿Cuántas veces fantaseo con que mis hijas se conviertan en un gato, por ejemplo? ¡O un robot! Si fueran un robot, podría programarlas para dormir más de diez horas seguidas y que no ensucien cuando coman. También se portarían espectacular mientras merendamos en la plaza y después desplegarían todas sus destrezas a la hora del juego con amigos.
Como en el cuento, el riesgo de querer controlarlo todo como padres es que Toribio se termine por convertir en un gato. ¡Y ni siquiera! Porque incluso los animales tienen sus características propias y es imposible domesticarlos por completo (¿y qué sentido tendría?).*Esto que nos pasa con las infancias también nos pasa con nosotros mismos. Los tiempos acelerados en los que vivimos atentan contra la paciencia. Queremos todo ya. El otro día hablaba con una amiga que se sentía frustrada porque decidió renunciar a su trabajo en relación de dependencia para dedicarse a emprender en un proyecto personal. No había pasado ni un mes que ya sentía que “había fracasado” porque no llegó a un logro bastante alto que se había puesto.
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Paciencia es la habilidad para esperar que las cosas ocurran. El paciente es esa persona que se mantiene quieta, expectante.
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Lo escribo y me lo digo a mí misma (y a mis pensamientos intrusivos). Muchas veces me agarra ansiedad, acelere y frustración cuando no logro “a tiempo” lo que se supone que “debería lograr”.
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Cuando me animo a desatender el ideal imposible de exigencia, y me concentro en otras cosas, menos ambiciosas quizás, me empiezo a tranquilizar y baja mi ansiedad. En una entrevista que dio el cineasta Hitchcock, frente a la pregunta de qué es la felicidad, él responde lo siguiente:
“Un horizonte despejado. Nada de lo que preocuparse. Solo cosas que son creativas y que no destruyen. No puedo soportar las peleas, no puedo soportar los malos sentimientos entre las personas. Creo que el odio es energía desperdiciada. Todo eso es algo improductivo. (...) Pero cuando se eliminan todas estas cosas y se puede mirar hacia adelante y, cuando ves el camino despejado, sabés que vas a crear algo. Creo que eso es todo lo feliz que quisiera ser”.
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Vivir no quiere decir estar todo el tiempo haciendo mil cosas. Perseguir objetivos no tiene que significar quemarse las pestañas ni pretender fantasías imposibles.
Por eso, creo en volver una y mil veces a la paciencia. A la templanza. A la espera.
Celebrar la paciencia no quiere decir estar inactiva o resignada. Es todo lo contrario. Tiene que ver con incluir en nuestro horizonte una mirada más abierta, entendiendo que hay construcciones que se dan a largo plazo (y que no entran en un tik tok o en un reel de un minuto, como nos quieren hacer creer).
Cultivar la paciencia es estar abiertos a lo que puede venir, a lo que está y a lo que no está a nuestro alcance, es aprender a percibir lo que necesitamos.
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Cuando Sofía tenía pocos meses le escribí esta poesía:
Quiero tener paciencia, conmigo y con ella.
Que se equivoque.
Que tarde.
Que dude.
Que se pregunte.
Que vaya y vuelva,
y vaya, y vuelva.
Que no le preste tanta atención a lo que hacen los de al lado.
Pero sí que le preste atención a los de al lado si necesitan algo.
Que ande más aliviada y no tan acelerada.
Que no sea un robot-hija,
ni robot-mujer,
ni robot-persona.
Que sea hija,
hija-lo que quiera ser.
Se lo deseo a ella, a mí y ahora a ustedes.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? Hoy cambié el café por coca zero, me parecía importante que lo sepan porque sé que están pendientes de mis consumos problemáticos.
Esto que les comparto hoy es algo en lo que vengo trabajando el último tiempo. Poder conectar con mis propios movimientos, estar menos pendiente de lo que hace el resto y establecer mis propios objetivos. Por supuesto, no siempre me sale. A veces me agarra el mood bajón / envidiosa y estoy pendiente de lo que hace cualquiera. Pero ahí me agarro del mantra que le enseñó la seño Pachu a mi hija y vuelvo a conectar conmigo y con mis deseos. Con paciencia, como dice Mallman.
Cambiando de tema, quiero compartirles que el gran Tomás Balmaceda (aka, Capitán Intriga), dedicó un episodio en su podcast Algo que no sabías a un capítulo de El filo del amor. “¿Estamos condenados a un mundo sin amor?” ¡Se los comparto para que lo escuchen!
También les comparto una propuesta cultural que me gusta mucho que es La Noche de los Museos. Es el próximo sábado 9 de noviembre, entre las 19 y las 2 de la mañana. Por lo general, los museos están abiertos (aunque bastante llenos) así que recomiendo que busquen propuestas en sus barrios. Hay escuelas que suelen abrir sus puertas, por ejemplo. La escuela Aletheia abre sus puertas de 19 a 23 hs. ¡Cuéntenme si encuentran otras propuestas valiosas y compartanme coordenadas!
Ya me despido, pero antes:
¡Pueden contestarme a este mail contándome lo que quieran! Tardo unos días pero siempre respondo.
Este correo es posible gracias a las personas que forman parte del Club Harta(s), mi suscripción mensual. Por menos de lo que vale un agua con gas, reciben un correo más mensual, tienen descuentos extra y prioridad en todos mis talleres o propuestas, y además la posibilidad de encontrarnos a charlar 1:1. Acá pueden sumarse.
Si quieren proponerme nuevos temas para que escriba pueden hacerlo a través de un formulario, está esa opción también.
Ahora sí, ¡hasta el próximo martes!
¡Les mando un súper abrazo!
Flor Sichel
Si me quieren leer en formato libro:
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me sentí tan, pero tan identificada con tus palabras. La maratón diaria, que a fin de año se acelera más y para qué? sí, mantener los horarios y rutinas es importante, pero si en ese afán se nos pasa por alto la magia sencilla de los momentos chiquitos, cotidianos, de qué sirve?