No me gusta jugar (o no sé cómo).
O quizás me gusta cuando ya no me quedan tareas por hacer.
“Jugar para con-movernos aunque sea por un instante, para probar los papeles que no nos permiten los desgastados libretos culturales, para intentar rasgar los tejidos de lo im-posible”.
Vir Cano, Borrador para un abecedario del desacato.
Corto de trabajar a las cinco y media de la tarde y quiero jugar a las apuradas.
“Ahora vamos a jugar”, le digo a mis hijas y lo hago porque ahora yo tengo tiempo para jugar. No importa si ellas quieren o no hacerlo, juguemos.
Entonces nos sentamos en el piso, saco diferentes cosas y simulo un interés ficticio. Todavía ellas no se dan cuenta que en realidad no me gusta gustar (o sí) pero yo sí porque en el medio pienso en qué podemos cenar, me acuerdo que me olvidé de responder un correo o pienso que quizás podría aprovechar para hablar con una amiga.
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Aprovechar. Qué palabra más tramposa. ¿Aprovechar qué? ¿Hacer tantas cosas para qué? ¿Ganar en qué? ¿Jugar para qué?
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El problema con el juego no lo tengo (sólo) desde que soy madre. Me pasa incluso desde que soy chica.
No todos los chicos están (estamos, estuvimos) sumergidos en el mundo infantil. Hay chicos con actitud adulta, que corren igual que los grandes y piensan en sus tareas pendientes y en no perderse nada.
A mí de chica las vacaciones me molestaban porque no entendía qué tenía que hacer. Veía a mi hermano encerrado en su cuarto y jugando sin parar, y yo me lamentaba por no tener tarea. ¿Estaba siendo chica? En edad sí, pero quizás no conectaba del todo con mi yo-niña.
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La sociedad y el ritmo vertiginoso nos acostumbra a desconectarnos, de a poco, del juego. O nos impone una especie de diversión que poco tiene que ver con el juego.
¿Es jugar mirar una maratón de una serie en Netflix? ¿Es jugar estar conectados a las redes sociales? ¿Cualquier divertimento que nos vende la sociedad ya cuenta cómo jugar?
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¿No me gusta jugar o no sé hacerlo? ¿Cuándo fue la última vez que jugué? ¿Cuándo fue la última vez que me entregué al tiempo no calculado, medible, cronometrado?
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Jugar no para hacer algo para mi hija sino con ella, y también conmigo.
Jugar conmigo misma para demostrarme que puedo encontrar otras formas posibles de pasar el tiempo, de inventar otros escenarios, de fantasear, de sentir, de imaginar.
Jugar, en infinitivo, porque es una búsqueda, porque no alcanza con que ocurra una vez, tiene que seguir activa.
Jugar para olvidarnos de nuestra propia realidad, de nuestra forma de ser, para mutar a otras pieles, para sentir otros cuerpos, para experimentar diferentes roles.
Jugar aunque no sirva para nada, aunque sea una pérdida de tiempo.
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Johan Huizinga dice “todo juego es, antes que nada, una actividad libre”. Y hay en el juego un vínculo estrecho con la libertad. Los juegos nos invitan a que nos olvidemos de nuestra propia realidad, de nuestra forma de ser, que nos pongamos otras pieles, que sintamos otros cuerpos, otros roles.
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¿No me gusta jugar o no sé jugar? ¿No me gusta jugar o no me hago el tiempo para que me guste?
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Jugar como una búsqueda y no como un mandato, como un aprendizaje y no una enseñanza. Jugar con mis hijas pero también jugar conmigo misma.
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Pescetti escribe “un niño siempre va a tener una edad determinada; el mundo infantil, no: es una clave, son reglas, modos de hacer y de ver. No hay que hacer “cosas para niños”. Uno puede dirigirse al mundo infantil, pero al mundo infantil universal, al que está en el adulto, en el adolescente”.
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Cuando dejo de pensar, cuando me olvido de la cena, de pagar servicios, de correr tras no sé qué y me entrego al juego es que pasan algunas cosas:
Suena el soundtrack de Encanto y yo canto a los gritos pelados.
Me gusta disfrazarme con mis hijas y bailar en el comedor.
Sentarnos en el sillón y leer cuentos.
Regar las plantas juntas y mojarnos los pies.
Al final, quizás jugar se trata de hacer cosas sin saber que las estamos haciendo.
Queridos mapadres y cuidadores:
¿Cómo están? ¿Cómo empezaron su semana? Espero que muy bien.
Les cuento que este correo es una reversión de un newsletter pasado -muy pasado- que mandé por el 2021 -a la pucha, mil años que existe este proyecto-. Como el público se renueva, me pareció interesante volver a compartirlo.
El tema del juego me apasiona y me involucra en partes iguales. Me resulta siempre muy fácil que en mis clases haya cuestiones lúdicas, coordinar todos los juegos, pero no así ponerme yo a jugar. Por eso me parece un desafío hacerlo, aunque no me guste inicialmente, aunque me cueste un poco, aunque me salga maso menos.
Sobre el juego les paso algunas recomendaciones. Este corto de Pixar, Ajedrez, porque jugar no es (sólo) cosa de chicos. Un libro para leer, Las cosmicómicas de Italo Calvino. Acá encontré algunos fragmentos, por si les interesa leer. También les comparto todo este archivo con miles (¡o varios!) juegos del gran Luis Pescetti.
Y para que vean que me tomo muy en serio esta causa, también les comparto una lista de cosas que para mí son jugar hoy en día:
En pijama, después de comer, poner música de películas fundamentales al palo y cantar en el comedor a los gritos. Acompañar con movimientos espásticos. Delante de hijas. Ella se ríen y yo me libero. Las tres jugamos.
Salir a pasear por el barrio y resistir la tentación de “hacer las compras”. Ver bien qué casas me gustan y fantasear con comprarlas algún día.
Conocer librerías increíbles. De las grandes pero también de las chiquitas. Ir a bibliotecas barriales.
Escribir. Aunque se mezcla bastante la escritura como hobbie que como trabajo, sigue siendo siempre un refugio y una forma de conectar con lo que me pasa por excelencia.
Juego que NO se jugar o no entiendo: el truco. Sí, perdón, no sé jugar al truco. Mala mía.
¿Y ustedes? ¿Cómo juegan? ¿Qué hacen para encontrarse con ustedes mismos? ¿Qué recomendaciones tienen para hacerme?
Aprovecho para compartir con ustedes dos participaciones en dos podcast diferentes:
En el programa Ahora que sí nos escuchan con la grosa de Ingrid Beck. No me acuerdo si ya lo compartí, así que va de nuevo por las dudas. Hablamos sobre El filo del amor, estuvo hermoso.
En el episodio “Maternidad y trabajo” del podcast Infotrabajo. Stephanie Godard es abogada especialista en derecho del trabajo y en ese episodio conversamos sobre las dificultades en la conciliación.
Y una yapa, que no es podcast, es que salió en Perfil una fragmento de El filo del amor. Pueden chusmear acá.
Ya me despido, pero antes:
¡Pueden contestarme a este mail contándome lo que quieran que siempre las leo y respondo! Si tardo es porque son muchos mails y lo voy haciendo en los huequitos que encuentro.
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Si quieren proponerme nuevos temas para que escriba pero a través de un formulario porque se sienten más cómodas, está esa opción también.
¡Les mando un súper abrazo!
F.
Mis libros:
EL FILO DEL AMOR
Este libro habla del amor, sí. Pero no solo como algo hermoso y placentero, sino también sobre sus oscuridades, sus complejidades, sus filos. Acá un fragmento. Disponible en Amazon acá.
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¡Un libro que escribí para chicos y chicas de 9 a 101 años!
Acá encuentran un fragmento.
Filosofar desde la infancia y perderse en el camino
Un libro para madres, padres, docentes y personas curiosas. ¡Con prólogo de Luis Pescetti!
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